LEA: Juan
13:31-35 | Hace un tiempo, escribí un artículo sobre mi esposa Marlene y sus
problemas de vértigo. Cuando se publicó el devocional, me sorprendió la oleada
de respuestas de lectores que ofrecían estímulo, ayuda, sugerencias y,
mayormente, se interesaban por su bienestar. Llegaron de todo el mundo, de
personas de todas las esferas de la vida.
Las
expresiones de afectuosa preocupación por mi esposa alcanzaron tal punto que
resultó imposible responder a todos. Quedamos poderosamente maravillados al ver
la respuesta del cuerpo de Cristo frente a la lucha de Marlene. Estábamos y
seguimos estando profundamente agradecidos.
Así se
supone que debe funcionar el cuerpo. El interés afectuoso por nuestros hermanos
en Cristo se convierte en la prueba de que hemos experimentado el amor de Dios.
En la última cena, Jesús les declaró a sus discípulos: «Un mandamiento nuevo os
doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos
a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los
unos con los otros» (Juan 13:34-35).
Marlene y
yo experimentamos una muestra de amor e interés cristiano en aquellas cartas
que recibimos. Con la ayuda de nuestro Salvador y como una forma de alabarlo,
mostremos también nosotros esa clase de amor.
«La
profundidad de nuestro amor unos por otros indica la altura de nuestro amor a
Dios». —Morley
(Nuestro
Pan Diario)
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