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SANTIAGO 1.22-25 | Cuando dejamos de escuchar a Dios, prestamos atención a las
voces equivocadas, somos víctimas del engaño, y nos negamos a someternos al
Señor. Estos tres resultados negativos son evidentes en la decisión de Adán y
Eva de comer del árbol prohibido. ¿Qué otras consecuencias resultan de cerrar
nuestros oídos a Dios?
Primero,
tomaremos decisiones basadas en su atractivo. Para tentar a Adán y Eva a
desobedecer, el diablo alteró las palabras de Dios y usó indebidamente los
deseos legítimos que el Señor había dado a la pareja. Tenemos el Espíritu Santo
para enseñarnos cómo mantener bajo control nuestros deseos.
Segundo,
justificaremos nuestra transgresión y culparemos a otros. Adán acusó a Eva, y
ésta a la serpiente. Satanás puede tentarnos, pero la responsabilidad es
nuestra si accedemos a pecar.
Tercero,
experimentaremos la disciplina de Dios, y otros sufrirán cuando desobedezcamos.
El primer hombre y la primera mujer fueron echados de la presencia de Dios, y
sus vidas se volvieron mucho más difíciles. El pecado entró en su familia, y
llevó a la discordia y a la muerte de su hijo, Abel, quien fue asesinado por su
hermano Caín. Por la decisión de Adán y Eva el pecado entró en el mundo, y vive
en nosotros (Ro 5.12).
Cuarto,
desaprovecharemos lo mejor de Dios. Los primeros seres humanos perdieron tanto
el esplendor del Edén como la comunión con el Señor. El pecado nos separa del
compañerismo con el Padre.
Cerrar los
oídos a la voz de Dios puede suceder en un segundo. Por tanto, protéjase.
Dispóngase a escuchar lo auténtico: escuchar, recordar y obedecer a Dios.
(En
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