LEA: Salmo
8 | Hace años, les pedí a alumnos de quinto grado que prepararan una lista con
las preguntas que le harían a Jesús si se presentara personalmente la semana
siguiente. También le pedí lo mismo a un grupo de adultos. Los resultados
fueron sorprendentemente diferentes. Las preguntas de los niños eran desde
encantadoras hasta conmovedoras: «En el cielo, ¿tendré que estar sentado,
vestido con una túnica y cantando todo el día?, ¿mi mascota irá al cielo?, ¿las
ballenas estaban dentro o fuera del arca?, ¿cómo le va a mi abuelo ahí arriba
contigo?». Casi todas sus preguntas no dudaban de la existencia del cielo o de
que Dios obra en forma sobrenatural.
En cambio,
los adultos presentaron una línea de cuestionamientos completamente diferente:
«¿Por qué les pasan cosas malas a las personas buenas?, ¿cómo sé que estás
escuchando mis oraciones?, ¿por qué hay un solo camino al cielo?, ¿cómo pudo un
Dios amoroso permitir que me sucediera esta tragedia?».
En su
mayoría, los niños viven sin las preocupaciones ni las tristezas que agobian a
los adultos. Su fe les permite confiar en Dios más fácilmente. Mientras los
adultos solemos perdernos entre las pruebas y las angustias, los niños
mantienen la perspectiva del salmista sobre la vida: eterna y consciente de la
grandeza de Dios (Salmo 8:1-2).
Podemos
confiar en el Señor, y Él anhela que lo hagamos como los niños (Mateo 18:3).
Andar cerca
de Dios aparta tu mirada de las pruebas de hoy para que veas los triunfos
eternos.
(Nuestro
Pan Diario)
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