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COLOSENSES 3.1, 2 | La mayoría de la gente tiene la idea de que el cristianismo
consiste en orar, dar, compartir la fe y ser buenos. Pero la fe genuina es
también el anhelo diario de tener más conocimiento de Dios y pasar tiempo con
Él. El espíritu del creyente puede estar satisfecho con la presencia de
Jesucristo viviendo en su interior, y aun así tener sed de una comunión más
profunda con Él. Uno de los principios básicos del cristianismo es que, cuanto
más sabemos del Señor, más queremos conocerlo. Si queremos buscar a Dios en vez
de las riquezas terrenales, entonces nuestro deseo de Él debe ser más fuerte
que cualquier otro anhelo que tengamos.
Ayer vimos
que recibimos las “cosas buenas” de la vida —lo que Dios desea para nosotros—
cuando le buscamos. Una mente puesta en la búsqueda del éxito material
desaprovechará la senda espiritual plena. No obstante, buscar al Señor no
implica abandonar los planes y los sueños; significa que sujetamos nuestras
esperanzas a su voluntad.
Cuando nos
esforzamos por conocer a Dios, nuestros deseos cambian para reflejar los de Él.
Nuestro Padre, a cambio, se responsabiliza por sus hijos y pone las metas que
tenemos a nuestro alcance. Nos da todas cosas que nuestro corazón, moldeado por
Dios, anhela.
¿Cómo puede
el cristiano ocuparse del Dios que suplirá todas sus necesidades? Estudiando su
Palabra y esperando su dirección.
Cuando
recibimos un nuevo conocimiento de Él, nuestro deseo del Señor se encenderá
como las ramas secas tocadas por una llama. Y cuanto más busquemos saber de Él,
más desearemos saber.
(En
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