Fernando
Alexis Jiménez | ¿Sabe usted algo de Victor Emil Frankl el fundador de la
logoterapia? Este neurólogo y siquiatra de ascendencia judía, nació el 26 de
marzo de 1905 en Viena, Austria, y es un verdadero ejemplo para el mundo. Por espacio de tres años estuvo en un campo
de concentración nazi.
A pesar del sufrimiento, no
permitió que nada dañara su corazón a pesar de que sufrió en los tristemente
célebres campos de Auschwitz y Dachau. Esa experiencia le marcó para siempre y
escribió el libro “El hombre en busca de sentido” y otros 27 libros. Murió el 2
de septiembre de 1997. Su influencia ha sido grande en millares de personas, a
través de sus escritos. Él encarna a quienes creen en la necesidad de no
permitir que nuestro ser se llene de sentimientos destructivos…
Todos los seres humanos tenemos la
posibilidad de anidar o dejar de lado, sentimientos negativos como el odio, el
resentimiento y los deseos de tomar venganza por el daño que nos hicieron.
Muchas personas le echan la culpa al diablo o incluso a Dios, porque tienen
amargura y veneno en su vida. Desconocen que todos—usted y yo—tenemos la
posibilidad de tomar decisiones, y sobre esas decisiones deberemos
responder—hoy aquí en la tierra, y en un futuro en la eternidad ante el Señor–.
Cuando vamos a las páginas de la
Biblia, en donde siempre encontramos enseñanzas maravillosas y edificantes,
leemos una sabia recomendación del rey Salomón: “Sobre todas las cosas cuida tu
corazón, porque este determina el rumbo de tu vida.”(Proverbios 4:23. NTV)
Si le echamos una nueva mirada al
texto, encontraremos que sobre nosotros recae la responsabilidad de vivir presa
de la amargura y el odio, o por el contrario desechar esos sentimientos
negativos por lo destructivo que resulta para nuestra existencia.
Viene a mi memoria la historia de
un soldado norteamericano quien estuvo por espacio de siete meses en poder de
los vietnamitas. Como consecuencia de esa dinámica siniestra y diabólica de la
guerra, le torturaron y hostigaron día y noche. No obstante, logró escapar y
volver a su país.
Pasados muchos años, volvió al
territorio de Vietnam. Buscó al que fue su verdugo, inválido porque un
explosivo destruyó sus piernas, y le dijo mirándole a los ojos: “Te perdono”.
Dos palabras que lo marcaron para siempre porque decisión ser libre de la
cárcel del rencor. No guardó nada destructivo en su corazón, y así lo comparte
con sus hijos y nietos con quienes vive hoy en Arizona, Estados Unidos.
En cada uno de nosotros está la
responsabilidad de desechar o guardar cosas en el corazón, en esa área
específica de nuestro ser donde quedan almacenados los recuerdos… Si creemos
que resulta imposible, le recuerdo que con ayuda de Dios podemos lograrlo.
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