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Crónicas 20:1, 15-22 | Mientras millones de personas miraban por televisión,
Nik Wallenda cruzaba las Cataratas del Niágara sobre un cable de 540 metros de
largo y solo unos 13 centímetros de diámetro. Tomó todas las precauciones
posibles, pero además del drama y del peligro de la altura y las aguas rugientes,
una espesa niebla le dificultaba la visión, el viento le complicaba el
equilibrio y el rocío que levantaba la catarata le impedía afirmar bien los
pies. En medio de estos peligros (y quizá debido a ellos), confesó que «oró
mucho» a Dios y lo alabó.
Los israelitas
también alabaron a Dios en medio de un desafío peligroso: un grupo numeroso de
guerreros se había reunido para pelear contra ellos (2 Crónicas 20:2). Después
de pedirle humildemente ayuda al Señor, el rey Josafat designó a un coro para
que marchara delante del ejército israelita. Estos adoradores cantaban:
«Glorificad al Señor, porque su misericordia es para siempre» (v. 21). Cuando
empezaron a cantar, Dios hizo que las fuerzas enemigas se atacaran y
destruyeran entre sí.
Alabar a
Dios en medio de un desafío tal vez signifique dejar de lado nuestros instintos
naturales. Tendemos a protegernos, preocuparnos y aplicar estrategias; sin
embargo, la adoración puede proteger nuestro corazón de los pensamientos
inquietantes y la dependencia propia. Nos recuerda la lección que aprendieron
los israelitas: «… no es [nuestra] la guerra, sino de Dios» (v. 15).
No importa
qué esté por delante, Dios siempre está por detrás de nosotros.
(Nuestro
Pan Diario)
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