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SALMO 57.1-3 | Clamar a Dios es la reacción instantánea a una necesidad
urgente. Se diferencia de la oración normal, que involucra períodos de
adoración, peticiones e intercesión; esta llamada angustiada se concentra en
una dificultad. El problema puede ser una noticia desgarradora, una situación
peligrosa, el dolor físico o la perturbación espiritual. Cualquiera que sea la
causa, buscamos el alivio inmediato de Dios.
Al igual
que Pedro, mientras se hundía en el mar, decimos: “¡Señor, sálvame!” (Mt
14.30). Clamamos con desesperación cuando recibimos malas noticias, porque
reconocemos que solo Dios tiene el poder de cambiar las circunstancias. Si
estamos caminando obedientemente con Él, sustituirá al temor con valentía y
confianza.
Un grito de
auxilio dirigido al Padre celestial tiene sus raíces en la fe de que Él
responderá con una dirección clara. Éxodo 17 detalla la manera en que el Señor
demostró su fidelidad en Horeb. Cuando los errantes israelitas se quejaron de
nuevo contra su líder —esta vez por su sed—, Moisés clamó a Dios: “¿Qué haré
con este pueblo?” (v. 4). El Señor respondió al instante con una solución que
satisfizo tanto la sed de los israelitas como la desesperación de Moisés.
Ya sea que
nos estemos hundiendo en un mar de sufrimiento, o buscando con desesperación un
sorbo del agua de vida de Dios, el Señor oye nuestras súplicas. Y nos dice de
nuevo: “Me invocará, y le responderé; yo estaré con él en la angustia; lo
rescataré y lo honraré” (Sal 91.15 LBLA).
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